RABINISMO EMERGENTE, FINALES DEL PRIMER SIGLO, INICIOS DEL SEGUNDO
El rabinismo emergente a finales del siglo I e inicios del II constituye una de las transformaciones más profundas en la historia del judaísmo. Tras la destrucción del Segundo Templo en el año 70 d.C., las comunidades judías se vieron obligadas a redefinir su identidad y sus prácticas religiosas. Este proceso, que deriva de las tradiciones farisaicas del período del Segundo Templo, desembocó en la configuración de lo que hoy conocemos como judaísmo rabínico o rabbanita, caracterizado por la autoridad de los sabios (“rabbis”), la centralidad de la Torá oral y el impulso de un modelo comunitario basado en la ley y el estudio más que en el culto sacerdotal del Templo.
Asimismo, la derrota en la Gran Revuelta (66–73 d.C.) y las políticas punitivas romanas —como el impuesto al Templo (fiscus Judaicus) y las confiscaciones de tierras— presionaron a los judíos a buscar nuevas formas de organización interna que no atrajeran represalias del poder imperial. El énfasis en la liturgia comunitaria, el estudio en grupos reducidos y el liderazgo rabínico, menos ostentoso que el sacerdotal, facilitó una adaptación cultural y política al dominio romano.
2. Fundadores y principales figuras
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Rabban Yohanan ben Zakkai: Considerado el artífice de la transformación, fue uno de los sabios que sobrevivió al asedio de Jerusalén. Según la tradición, tras ser sacado de la ciudad como cadáver en un féretro, negoció con el general Vespasiano la fundación de una academia rabínica en Yavneh (Jamnia). Allí estableció las bases de la norma comunitaria sin templo, priorizando la enseñanza y la adjudicación halájica sobre el sacerdocio.
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La casa de Gamaliel: El linaje de Rabban Gamaliel I y II (nieto o sucesor de Gamaliel el Viejo) asumió la jefatura del Sanedrín en Yavneh. Gamaliel II reforzó la autoridad del Nasi (príncipe o patriarca judío) y promovió la centralización de la enseñanza farisaica, dando carácter institucional a la emergente escuela rabínica.
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Judá ha-Nasi: Hacia finales del siglo II, consolidó el liderazgo rabínico al redactor de la Mishná, recopiló las tradiciones orales en un cuerpo normativo y sentó las bases para la continuidad de la escuela palestinense en Galilea.
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Torá She-be-Khetav y Torá She-be-al Peh: La distinción entre la Ley escrita (Pentateuco) y la Ley oral, transmitida de generación en generación, permitió una interpretación dinámica de los preceptos bíblicos. Los rabinos afirmaban que la Torá oral había sido también revelada a Moisés en el Sinaí, legitimando así su autoridad para adaptar la norma a nuevas circunstancias.
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Halajá como eje de la vida comunitaria: La observancia rigurosa de la halajá (ley religiosa) en todos los ámbitos de la vida diaria, incluso en ausencia del Templo, garantizaba la cohesión e identidad judía. Esto implicaba un detallado corpus de reglas sobre pureza, fiestas, sacrificios teóricos y vínculos familiares.
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Centralidad del estudio y del debate: Las sinagogas y las casas de estudio se convirtieron en espacios esenciales. El método fue dialéctico: la discusión de casuística legal, la presentación de opiniones divergentes y la elaboración de consensos (ʽpaligegonʼ) permitían una continua vitalidad ideológica, imitando el modelo de la corte celestial que “discute la Torá”.
4. Textos más populares y su creación
Como hemos visto, esta etapa del judaísmo es crucial, y la literatura, especialmente el Talmud, ayudó a la consolidación del judaísmo, sobre todo en los siglos III y IV dC.
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Mishná (c. 200 d.C.): Primera codificación de la Torá oral, atribuida a Judá ha-Nasi, organizada en seis órdenes (Sedarim) y compuesta en hebreo mishnaico. Su redacción respondió a la urgencia de preservar tradiciones ante persecuciones y dispersión.
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Tosefta: Complemento de la Mishná, reúne tradiciones y opiniones minoritarias.
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Midrashim halájicos y aggádicos: Colecciones de exégesis bíblica (Midrash Halajá) y narraciones homiléticas (Midrash Aggadah), que enriquecieron la comprensión teológica y mítica de la Escritura.
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Talmud de Jerusalén (c. 350 d.C.) y Talmud de Babilonia (c. 500–600 d.C.): Comentarios talmúdicos que prolongaron el debate mishnaico, aunque su finalización excede el período estudiado, su génesis está firmemente enraizada en el siglo II.
Además, el modelo rabínico demostró gran flexibilidad al absorber tradiciones de otras sectas —como los esenios del Mar Muerto— en su énfasis sobre pureza y piedad selecta, integrando elementos ascéticos sin caer en formas radicales de separatismo.
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La interpretación mesiánica de “hijo de Dios” y la figura de Jesús contradecía la ortodoxia rabínica, que rechazaba la idea de mediador divino distinto al Templo.
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Litigios sobre la Ley: mientras los cristianos abogaban por la abolición de ciertas leyes rituales (alimentos, circuncisión), los rabinos defendían la continuidad de la halajá como signo distintivo del pueblo judío.
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Fuentes cristianas como la Didaskalia Apostolorum y los escritos de Tertuliano reflejan debates sobre prácticas de pureza y baño público, indicando una negociación cultural entre judíos rabínicos y comunidades cristianas tempranas en contextos urbanos.
7. Legado y datos relevantes
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El rabinismo se consolidó como forma dominante de judaísmo a partir del siglo VI con la finalización del Talmud de Babilonia, pero sus raíces descansan en la reacción al fin del templo y la voluntaria adhesión a la Torá oral.
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La estructura “texto—comentario—comentario sobre el comentario” (Mishná–Gézera–Baraita) influyó poderosamente en métodos académicos posteriores, incluidas las escuelas cristianas de exégesis y la escolástica medieval.
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La elevación del estudio y la ley como forma de santificación del mundo cotidiano transformó profundamente la psicología y la praxis del judaísmo, desplazando el sacerdocio al magisterio rabínico.
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La tensión interna entre diferentes escuelas rabínicas (Akiva vs. Eliezer, Hillel vs. Shammai) demuestra la riqueza plural de un movimiento que, paradójicamente, construyó su unidad en la diversidad argumentativa.
Finalmente, el rabinismo emergente de finales del siglo I e inicios del II fue más que una sucesión institucional; constituyó el rediseño de la identidad judía post-templaria, anclada en el estudio colectivo, la práctica legal y la autoridad moral de los sabios. Su capacidad de adaptación al dominio romano, de integrar tradiciones preexistentes y de forjar un canon textual influyente convirtió a esta corriente en el pilar del judaísmo clásico y en un referente intelectual para generaciones posteriores.

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